Dentro de las estructuras éticas y ontológicas del ser del hombre se encuentra
principalmente el deseo, elemento constitutivo que nos hace seres
humanos. Pero éste adquiere diferentes significados según las distintas
perspectivas teóricas desde las cuales se le aborda.
Etimológicamente, el término deriva del latín desidium, que significa
deseo erótico. En el idioma español, deseo viene de desidia (indolencia
y pereza). Según Berceo, para Plauto es “libertinaje” y para Cicerón
“avidez”,89 por lo que en este sentido asume el significado de “voluptuosidad”,
incentivo de la lujuria.
Desde el sentido común, el deseo tiende a ser identificado con el
deseo sexual. En esta misma línea de interpretación, pero desde un enfoque
científico, la concepción freudiana asocia al deseo con la libido, es
decir, con el impulso sexual reprimido en el individuo, no susceptible de
realización, precisamente por razones sociales, axiológicas y culturales.
Se trata del deseo sexual sublimado.
Esta concepción libidinal del deseo resulta ser insuficiente para dar
una explicación de la rica complejidad del fenómeno, toda vez que éste,
como manifestación de la acción humana que es, no se reduce sólo a
deseo sexual, pues el hombre es sujeto del deseo de muchas cosas más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario