Con sólo mencionar el término “amor”, damos por sentado que existen
muchas clases de amor: a sí mismo, a los demás, a la naturaleza, a Dios,
a la humanidad, a los animales, incluso a las cosas materiales.
Pero, el verdadero significado que interesa desde el punto de vista
ético, es el amor que profesamos a las demás personas y a nosotros
mismos, sin desconocer que el amor también se puede concebir en la
relación hombre-cosa.
De todos los filósofos de la antigüedad, fue Platón quien en sus
Diálogos E l Banquete y el Fedro, se ocupó del tema con mayor profundidad.
Lo que dijo al respecto, su ubica en el dominio de los mitos, las
fábulas y en su concepción general del amor griego. En este marco, de
acuerdo con Ramón Xirau,111 Platón sostiene una concepción dialéctica
del amor. En tanto eros, el amor es sinónimo de creación, pero también
de carencia; en primer término es amor a la sabiduría, es conocimiento
de la belleza, pero al mismo tiempo es ausencia, es decir, capacidad de
aspiración y de deseo. En tal sentido, el amor es y no es al mismo tiempo. Es
primero carencia, para después tornarse en realización de la persona que
ama o es amada.
Por su parte, Tomás de Aquino define
al amor como un acto genérico de la voluntad
orientado hacia el bien en general.
Según este teólogo-filósofo: “Todo el que
obra, obra por un fin. El fin es el bien que
cada uno ama y desea, por lo que resulta
manifiesto que todo agente obra cualquier
acción por algún tipo de amor”.112 Bajo
este sentido, buscamos todo tipo de fines
porque pensamos que ese es nuestro bien,
y en esa búsqueda incesante, el fin que
buscamos es lo que uno ama. Por consiguiente,
para Tomás de Aquino, el bien y
el amor son una y la misma cosa.
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